Como cada día 8 de marzo, se ha celebrado el Día Internacional de la Mujer, antes denominado de la Mujer Trabajadora hasta que decidieron eliminar la ridícula redundancia. Un año más nos preguntamos si hay motivo para la “celebración” y la respuesta debe seguir siendo inequívocamente negativa. Sin medias tintas.
Muchos argumentarán que hay que festejar “cuánto hemos avanzado”. No estoy de acuerdo. En este desgraciado mundo, nacer mujer hace que se dispare la posibilidad de sufrir maltrato, pobreza, agresión sexual, negación de derechos tan fundamentales como la educación, la sanidad, la libertad de cualquier tipo. Infinidad de legislaciones siguen negando el pan y la sal a esa media humanidad que tiene dos cromosomas x. Se nos ha negado la propia humanidad y la posibilidad de alma o capacidad de pensamiento. Existen normas en muchos países que garantizan mutilaciones gravísimas como la genital aún en la más tierna infancia.
En nuestro pequeño mundo cotidiano también los prejuicios atávicos siguen pasando factura, si bien a otro nivel: violencia en los hogares contra mujeres y niños; discriminación laboral y salarial generalizada; inaccesibilidad a puestos de poder político, económico y social, la penalización de la maternidad, y, por desgracia, un largo etcétera.
Siento tener que mostrarme así de negativa, pero no me gusta que lo políticamente correcto nos impida ver la realidad. Y, en este escenario, lamento que muchas políticas de igualdad estén resultando tan contraproducentes. Poner, sólo por ser mujer y poder fardar de igualitario, a mujeres no preparadas en puestos de altísima responsabilidad, prescindiendo del criterio del mérito y justificados sólo por el género, provoca que inevitablemente estas personas queden en evidencia casi cada vez que abren la boca y acaben por reforzar ideas contra la capacitación/cualificación femenina. Flaco favor.
Estos días se habla de las medidas que, según parece, pretende adoptar la Unión Europea en aras de la igualdad en los puestos de poder de las empresas. Este terreno siempre es peligroso y no muy eficiente. No debe confundirse la igualdad ante la Ley, con la igualdad por Ley, barbaridad jurídica que tapa una injusticia con otra y atenta contra el sentido común.
Mi opción es invitar a todos empezando por las mujeres, a una permanente lucha contra la injusticia. La lucha activa, diaria, grande, pequeña y comprometida, que pasa por reconocer que, si las discriminaciones y desgracias en general pueden afectar a cualquiera, niñas y mujeres han sido y siguen siendo las principales víctimas de la fuerza bruta frente a la fuerza de la razón. Que el avance en este terreno es una buena medida de la civilización de las sociedades en el mejor sentido del término, porque la justicia y la equidad son las mismas cuando afectan a mujeres, a discapacitados, por creencias, por raza o por edad; y la identificación de la injusticia y su denuncia tienen efectos benéficos generalizados. La primacía de la razón y la ética sobre la fuerza, y el reconocimiento, no de la igualdad- que no es tal- sino de la diferencia, la aceptación y valoración de cada ser humano en su singularidad. En ello estamos.
María Luisa Cid Castro
Presidenta de la Fundación Galega da Muller Emprendedora
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