lunes, 4 de octubre de 2010

GALICIA, ¿SI NO FUERA POR LOS DADOS? . Por Venancio Salcines

Los dados eran tirados una y otra vez. Un grupo de jefes tribales godos se estaba jugando las provincias romanas de Hispania. A los suevos le tocó Gallaecia. Y ese pueblo, acostumbrado a caminar por la orilla norte del Danubio, cruzó las Galias para encontrarse con un mundo de valles, ríos y montañas. Roma, centrada en su declive, le cedió el paso a un pueblo al que siempre había despreciado.

Lo primero que adoptaron los suevos fue la ortodoxia cristiana de Roma. Al hacerlo facilitaron que su creación como “sociedad” fuera articulada por la Iglesia. La tierra de los valles y ríos se inundó de religiosos y como no, también de monasterios. Los monjes, que tuvieron pronto claro que renunciaban al trabajo mundano, gestionaban su economía a través de dos normas, la primera, que los novicios si querían vivir ajenos al trabajo manual, debían donar tierras al monasterio. La segunda, que la gestión de esas tierras sería subcontratada, generalmente a un miembro de la baja nobleza o a un campesino pudiente quien a su vez volvería a subcontratar la tierra. En algunos casos, este proceso se repetiría hasta el punto que el último agricultor sólo obtenía lo justo para alimentarse. Pasados los años, y en bastantes casos siglos, esa tierra llegó a ser propiedad de quien la trabajaba. Había nacido el minifundismo en Galicia y una estructura económica basada en el campo y en el pequeño propietario. Hoy ese mundo aun pervive. La ausencia de grandes extensiones de terreno, por ejemplo, impide que florezca el sector lácteo, que obligado a alimentar al ganado con pienso, ve como se le encarecen los costes, provocando una situación crónica de perdidas.

La hacienda de los Austrias cuidaba a las provincias que aportaban lana, cereales, aceite o vino, ya que eran mercancías que se exportaban con facilidad y en consecuencia facilitaban la entrada de plata en las arcas, necesaria, por otra parte, para pagar las tropas mercenarias que guerreaban para la corona. Quizás por este motivo Galicia, ausente de recursos exportables, tardó en tener asiento en las Cortes de Castilla y quizás también por ello, nunca le preocupó a la Corona ¿Consecuencia? Se creó y consolidó un fortísimo tejido agrario formado por pequeños empresarios del campo y con una clara tendencia conservadora. Esa realidad pasada sigue hoy vigente, aunque con matices.

Hay algo más que campo en Galicia y eso se lo debemos a los Borbones. Con su entrada en España cambiaron las estrategias de gobierno y eso nos favoreció. Felipe V, haciendo caso a su abuelo francés, el Rey Sol, decidió crear una gran armada que permitiera mantener la gloria militar de su reino ¿Consecuencia? Nació la ciudad de Ferrol y sus astilleros. Hoy sigue funcionando, volcada en la industria militar y con una capacidad de arrastre claramente inferior a la de su momento de más apogeo, hace cuatro décadas.

A sólo unas millas por mar de Ferrol se encuentra la ciudad de La Coruña, A Coruña que me obligaría a decir mi clase política. Esta península con una extensión muy reducida, parecida a la de Cádiz, encontró a su rey mago en Carlos III y en su política de liberalizar el tráfico marítimo. A finales del siglo XVIII el puerto coruñés abrió vías de tráfico con puertos americanos como Buenos Aires, La Habana o Veracruz, provocando un flujo de comerciantes de toda España hacía la ciudad. Llegaron de Cataluña, Logroño, País Vasco, Asturias, de las castillas, etc. Todos querían abrir “casa” y alcanzar su particular dorado. Una de las primeras repercusiones de esta entrada de “sangre nueva” fue idiomática. Los nuevos moradores usaron como lengua franca el castellano, sus oficiales les emularon y al inicio del siglo XIX La Coruña era una urbe de servicios y que se comunicaba esencialmente en castellano. La Galicia interior, volcada en el gallego y el campo, rápidamente observó la diferencia. Percibió que se estaban creando dos Galicia claramente distintas. Incluso, muchos que nunca entendieron la lógica de esta ciudad, interpretaron su uso del castellano como un desprecio al resto de Galicia. Hoy, estos son minoría, pero aún perviven los que creen que el amor por Galicia se mide por la lengua que se pronuncia.

La apertura de los puertos americanos también beneficia a Vigo, aunque no llega a consolidar una sociedad de comerciantes tan poderosa como la coruñesa. Quizás porque los que arriban son más industriales que comerciantes. Se asientan, entre sus fortificadas murallas, expertos en salazón, jabón, elaborados del cuero y el lino. La naciente ciudad de Vigo da sus primeros pasos con hombres acostumbrados a construir, no a vender, pero con un ojo siempre puesto en la mar. Mientras el interior gallego se sigue forjando en el campo y teniendo como principal referencia a la clerical y conservadora ciudad de Santiago, la costa ve emerger con fuerza a ciudades inquietas y liberales, abiertas al mar, generadoras de desarrollo. La capital del sur de Galicia, Vigo, sabe casar industria y mar prácticamente desde los principios del siglo XIX y el XX lo encara entrando con descaro en la congelación de la pesca, incluso en alta mar, y en la apertura de nuevos caladeros. Desarrolla las industrias colaterales a la pesca, como la naval y se vuelca, a mediados de siglo, con un sector emergente, que es la automoción. Citroën, desde 1958, animado por el buen saber hacer de los obreros vigueses realiza continuas apuestas por su factoría, incrementando permanentemente su presencia y la de la industria auxiliar en la vida económica del sur de Galicia. Hoy nuestra autonomía es la más dependiente de España hacia un empresa ¿O deberíamos decir dos?

El gran devenir gallego tiene mucho que ver con los grandes hilos argumentales de nuestra historia económica. Sin embargo, estas dos grandes empresas están al margen de esos elementos. Citroën se afinca con el visto bueno del régimen franquista, que desea, a su manera, articular España. Y en La Coruña nace un Imperio de la mano de un hombre carente de miedos y con una visión del negocio excepcional, que es Amancio Ortega. Pero estos dos casos son excepciones, los grandes empresarios de Galicia sí son consecuencia de nuestra historia. El financiero gallego por excelencia, José María Arias, Presidente del Banco Pastor, es miembro de la saga familiar de los fundadores del banco, unos catalanes de Canet del Mar que llegaron impulsados por las políticas de Carlos III. El primero de los Rivera, creador de la mejor cerveza del mundo, la Estrella Galicia, es un gallego retornado de uno de nuestros puertos de referencia, Veracruz. Otros, como los Fernández de Sousa, fundadores y gestores de Pescanova, reflejan perfectamente el matrimonio secular de Vigo con el mar.

Así somos los gallegos, en lo económico, una consecuencia de nuestro pasado. Ahora, al igual que su tierra, estamos construyendo nuestro futuro, quizás en mayor simbiosis que nunca. Nos sentimos orgullosos de nuestro campo pero somos conscientes de que para tener futuro debemos seguir siendo una tierra de navegantes abierta al mundo. Abierta a usted.



 Venancio Salcines Cristal
Presidente de la Escuela de Finanzas

1 comentario: